La paz en las pequeñas cosas
de un periódico. Cuando lo apoyó sobre la mesa, los otros chicos pudieron identificar de qué se trataba: un crucigrama. “S” apuntó firmemente con su dedo índice a tres letras en el centro del recorte: “Z”, “A”, “P”. Cuando vio las caras de confusión de sus amigos, miró ella el fragmento y exclamó: “¡Caracoles, está del revés!” y acto seguido giró el papel. Al hacerlo, todo encajó ante sus ojos y al fin lo entendieron. Las letras formaban la palabra “PAZ”.
Así comenzó una animada conversación sobre qué era la paz. Ante el desacuerdo en las definiciones de los cuatro compañeros, decidieron buscar la palabra en el diccionario. “A” leyó en voz alta: “situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países”. Otro de ellos, “J”, quitó la pipa de su boca decepcionado y dijo: “Esto no puede ser, está incompleta. Si esto fuera así, la paz no estaría en nuestras manos, sino que dependería únicamente de los grandes líderes, de aquellos con poder suficiente para impedir enfrentamientos entre países”. “R” dejó indignada su taza de chocolate sobre la mesa y exclamó: “A mí tampoco me convence esa definición. ¿Acaso la paz es tan sólo la ausencia de conflictos bélicos?” “S”, pensativa, cogió el diccionario de las manos de “A” para leerlo por sí misma. Efectivamente, eso era lo que ponía en la definición. Distraída, giró la página y comprobó que la entrada de la palabra paz contaba con múltiples acepciones. “¡Chicos, por aquí hay más!”, dijo mientras se las enseñaba.
Cuando las leyeron, todos estuvieron de acuerdo en que la que más les gustaba a era la siguiente: “Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos”. “Esta me gusta más.”, dijo “A”, “Me siento más involucrada”. Tras tomar el último sorbo de su chocolate, “R” habló con cara reflexiva: “La paz mundial es un concepto tan abstracto que a menudo hace que no nos sintamos responsables de las cosas que ocurren a nuestro alrededor. La culpa siempre es de otros. Sin embargo, lo que acabamos de leer lo desmiente”. “No podías tener más razón, “R””, dijo “J”. “Como dices, tendemos a desentendernos de los problemas a gran escala, que atañen a todo el mundo, excusándonos a nosotros mismos al convencernos de que no somos suficiente para cambiar las cosas. Pero sí, todos somos responsables de mantener la paz, de preservar esas relaciones de armonía, los lazos que nos unen al resto de personas.”
Los cuatro amigos continuaron su entretenida conversación arropados con mantas, sentados en torno a la chimenea con el suave susurro del crepitar del fuego como acompañamiento, mientras las gotas de lluvia chocaban violentamente contra el cristal. Se cuestionaron qué podían hacer ellos para incluir en su día a día ese lejano concepto llamado paz. Llegaron a la conclusión de que la base sobre la que empezar a actuar era el respeto. Este respeto es necesario en todas las relaciones humanas, esencial si queremos llegar a comprender algo mejor qué es eso de la paz. Nuestros protagonistas se acordaron de “M”, una compañera de clase. Ella no era una chica muy extrovertida y muchos compañeros se metían con ella a sus espaldas; “La culpa de la situación que vivimos en clase es de ese grupo de chicos que siempre se están burlando de ella”, comentó “S” exaltada.
“Tienes razón”, dijo “R”, “Yo siempre les oigo hablar a sus espaldas o mirarla con desprecio”. A pesar de que eran conscientes de esta circunstancia, nuestros cuatro protagonistas siempre se mantenían al margen, nunca hablaban con “M” ni habían tenido interés por hacerlo. Un sentimiento de culpa rondaba en la cabeza de “A” y, pensativa, preguntó en voz alta “¿Y qué hemos hecho nosotros? NADA”.
Un rayo iluminó el cielo en ese momento, alumbrando la cara de todos los presentes en esa habitación. Segundos después, estalló el trueno, rompiendo el silencio que había caído sobre los cuatro amigos y algo encajó en sus mentes con un ligero click. “Es verdad. Creo que deberíamos hacer algo”, dijo “J”. Se dieron cuenta de que actuar mal o no actuar podría ser prácticamente igual de malo. Ellos comprendieron que hay cosas que escapaban a su control, pero hay situaciones como esa, en las que actuar es determinante. Tal vez no podían cambiar la mentalidad de sus compañeros, pero sí podían cambiar la suya, acercándose a “M” e incluyéndola en su grupo.
La paz empieza en nuestro entorno, en la clase de estos amigos, en la tuya, en tu vecindario, en tu ciudad, en todo aquel lugar en el que puedas ayudar. No existe una única solución que esté en manos de los grandes poderes para lograr la paz. Cada gesto cuenta y cada uno de nosotros podemos contribuir activamente para lograr esta meta. Después de todo, la paz está en las pequeñas cosas.
Cuatro amigos tomando chocolate caliente |
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